Cosme constituye en Colombia una temprana manifestación de lo que podríamos llamar «una novela proteica». Tiene bastante de novela de formación; pero también de novela urbana, de novela de vanguardia, de novela carnaval izada, de novela transculturadora, de novela «metaparódica», de novela polifónica, de novela metaficcional y no poco de novela distópica. No obstante, Más allá de estas etiquetas, vacías para la mayoría de los lectores, los rasgos que más sorprenden son su precocidad, su vocación de apertura y su inequívoca naturaleza satírica, que contrasta con proyectos estéticos tan disímiles e importantes como, por ejemplo, La vorágine (1924), de José Eustasio Rivera, o La marquesa de Yolombó (1927), de Tomás Carrasquilla. De hecho, «en el panorama nacional, Cosme tendría que ser considerada como un hecho anormal. Sin embargo, en la cultura humorística e irreverente de la Costa, su aparición fue un acontecimiento perfectamente lógico». José Félix Fuenmayor