Stefan Zweig se ha hecho una reputación, entre otras, por su talento para realizar biografías sicológicamente creíbles, que capturan la vida tal como pudo haber sido, y muy probablemente fue, y ponerla ante nuestros ojos.
Su Balzac es su última gran obra, su última obsesión, una que lo acompañó toda su vida y a la que daba forma maestra cuando finalmente lo cercó la muerte en Brasil. Un genio que fascina a otro genio y en medio de los dos una obra como testimonio de alturas que a veces parecen sobrehumanas, prometeicas, como quizás diría Maurois, otro de sus rendidos biógrafos.